QUE TE PONGAN UNA iNYECCiÓN: UN MiEDO iNTEMPORAL
La Medicina avanza a paso fime desde la época de Hipócrates hasta nuestros días. Patologías que décadas pasadas eran de pronóstico reservado hoy son prácticamente intervenciones de rutina. Pero lo que no desapareció, y aún es compañero de ruta del ser humano en este incipiente Siglo XXI, es el pesado lastre del miedo ante situaciones que no las puede manejar. Por lo tanto aún lo angustian. Como que le prescriban un remedio inyectable.
Desde que el médico termina la receta una importante cantidad de seres humanos comienza a sentir un pánico irracional. Sí, ya se imaginan indefensos ante la enfermera. Y a ésta, con rostro malébolo, preparando la inyección ante sus desorbitados ojos.
Saben que este hecho alviará sus males, como quien cursa una molesta gripe, pero... El algodón empapado en alcohol frotado un par de veces, para recibir una intramuscular, y la recomendación de "relájese, relájese, no ponga el culo como una piedra" equivalen a que lo inviten a sentarse en la silla eléctrica.
Boca abajo, tendido sobre una camilla, con las manos agarradas a ésta espera el aguijón de la aguja. Es un movimiento ejecutado con maestría. Ésta ya atravesó la piel, la grasa y llegó al músculo. Son segundos que parecen una eternidad hasta sentir, por segunda vez, el frío paso del algodón por la nalga. Balbuceando un gracias se incorpora y "siente" cómo el líquido corre por su cuerpo a la velocidad de una Ferrari para ser absorvido. Está mareado. Camina con la gracia de un pavo borracho antes de convertirse en la cena de Navidad.
No se le pasa por la cabeza agradecerle al médico francés Charles Pravaz (1791-1855), quien diseñó una jeringa, "madre" de las actuales. Bueno ya está. Ahora séquese la transpiración de la frente y camine a casa. Sin renguear, que no es para tanto.
Desde que el médico termina la receta una importante cantidad de seres humanos comienza a sentir un pánico irracional. Sí, ya se imaginan indefensos ante la enfermera. Y a ésta, con rostro malébolo, preparando la inyección ante sus desorbitados ojos.
Saben que este hecho alviará sus males, como quien cursa una molesta gripe, pero... El algodón empapado en alcohol frotado un par de veces, para recibir una intramuscular, y la recomendación de "relájese, relájese, no ponga el culo como una piedra" equivalen a que lo inviten a sentarse en la silla eléctrica.
Boca abajo, tendido sobre una camilla, con las manos agarradas a ésta espera el aguijón de la aguja. Es un movimiento ejecutado con maestría. Ésta ya atravesó la piel, la grasa y llegó al músculo. Son segundos que parecen una eternidad hasta sentir, por segunda vez, el frío paso del algodón por la nalga. Balbuceando un gracias se incorpora y "siente" cómo el líquido corre por su cuerpo a la velocidad de una Ferrari para ser absorvido. Está mareado. Camina con la gracia de un pavo borracho antes de convertirse en la cena de Navidad.
No se le pasa por la cabeza agradecerle al médico francés Charles Pravaz (1791-1855), quien diseñó una jeringa, "madre" de las actuales. Bueno ya está. Ahora séquese la transpiración de la frente y camine a casa. Sin renguear, que no es para tanto.
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