A JORGE L. BORGES SÍ LE GUSTABA EL FÚTBOL
De regreso de un corto período de vacaciones encontré un documento, una biografía no autorizada del genial escritor Jorge Luis Borges.
Y yo entrevisté en el geriátrico a su autor, el licenciado Harold Macoco Salomón, un nonagenario artista plástico amigo del Georgie, y él me certificó lo siguiente.
En una siesta de un frío mes de junio del año treinta y pico, Georgie, yo y otros intelectuales decidimos enfrentarnos a unos cuchilleros de Boedo.
El partido de fútbol, deporte por el cual Borges era un apasionado, recuerda Salomón, sería jugado en 2 tiempos de 40 minutos. Y Georgie menudito como era, tenía un despliegue como N° 8, que impresionaba. Bioy Casares, por ese entonces un hábil centrodelantero nuestro, lo apodaba El Pulpo. Con una gran actuación de nuestro arquero, Bustos Domec, el primer tiempo concluyó sin que se abriera el marcador, rememora Salomón. Ese día Bustos Domec; Arlt, Echeverría y Carriego; el Georgie, Petit de Murat, Güiraldes y Quiroga; Xul Solar, Bioy Casares y el joven Cortázar, fuimos quienes salimos a la cancha de Palermo. Sábato quedó en El Túnel, rememora babeándose.
Con disimulo observo que el anciano ya se orinó por segunda vez. Sus pies están, literalmente, sobre un gran charco.
Algo que cambió la vida sucedería minutos más tarde. En un córner, en nuestra área, el Georgie saltó a cabecear, pero perdió el equilibrio al ser empujado y antes de caer al suelo su frente se topó con la rodilla de El Flequillo Soraire, un fornido moreno, que jugaba de wing izquierdo de los cuchilleros.
El golpe fue tremendo. Borges cayó al césped fulminado. No se movía.Petit de Murat, Bioy, Carriego, Horacio Quiroga y yo corrimos de inmediato a su lado. Roberto Arlt, Güiraldes y Bustos Domec aún no salían de su asombro. Soraire y su trouppe maloliente se reían de lo que a ellos les parecía una mariconeada. Estos escritores cajetillas ya se cagaron refunfuñó, presuntuoso. Lo cargamos en el auto de Bioy. Pasamos por el Hospital de Clínicas y lo revisó el Dr. Click Here, un neurólogo de vasta experiencia. La frente, los arcos superciliares y la nariz eran de color morado negro. La inflamación, sin exagerarle, era impresionante. Cuando el Georgie volvió en sí afirmaba que veía mal, borroso. Nos preguntó si le habíamos visto el número de matrícula al auto que lo había atropellado. Xul Solar lo calmó. Yo atiné a decirle que habíamos ganado 1 a 0 y Cortázar no hacía otra cosa que fumar
. El galeno tomó del brazo a Bioy Casares y comenzó a caminar por un pasillo del Hospital y le dijo: el muchacho nunca más verá bien. Por los signos y los síntomas que presenta se le desprendieron ambas retinas producto del golpe y con el tiempo quedará ciego. Atento al relato, un fuerte olor me sobresalta. Azorado miro que el pobre Salomón no sólo está meado sino ahora se cagó encima. A pesar del hedor entusiasmado prosigue hablando: así fue como mi amigo Georgie perdió la vista. Borró de su memoria lo sucedido aquella tarde. No existió más el fútbol, ni su amado Newell´s Old Boys -me acota Salomón que sólo un equipo con un nombre inglés podría haber subyugado a Borges- y después, cuando se fue haciendo viejo hasta se refería irónicamente a este deporte. Pobre el Georgie. Doña Leonor, su madre, le leía libros de Literatura escandinava en la semipenumbra durante horas y horas. A su muerte no le quedó otra opción para vivir, que aprender a escribir. Sus amigos nunca lo quisimos contrariar en nada a partir de entonces. Con decirle mi amigo que "hasta el fin de sus días el Georgie en la intimidad la llamaba mi uruguayita a la Kodama, porque nosotros siempre le dijimos que María era oriental. Menos mal que ya no veía nada. Si hubiera encontrado a su lado a una flaca, amarilla, de ojos rasgados y feíta, para colmo, mi amigo el Georgie no lo hubiera soportado.
Lo habría salido a buscar al cuchillero Soraire para hacerse patear la cabeza, terminó su relato Harold Macoco Salomón. Así, de esta manera, cae un nuevo mito en el mundo de las Letras: a Jorge Luis Borges sí le gustaba el fútbol, era simpatizante de Newell´s y por su práctica perdió para siempre la vista.
La nostalgia lo convirtió en un gran escritor, al que sólo le faltó el Premio Nóbel.
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Pascual -