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POSTALES del SUR

EN EL GUARDARROPA De La MUJER ViVE LA MELANCOLíA

EN EL GUARDARROPA De La MUJER ViVE LA MELANCOLíA   Esta historia tiene una protagonista. Una mujer como cualquier otra. Ella está sentada al borde de la cama. Con sus manos sobre las piernas. Y mira fijamente, como en trance, su guardarropas. Perchas, anchas de camisas superpuestas, entre otras que muestran abrigos y también las hay de pantalones, confundidas con las destinadas a vestir en ocasiones especiales. Es un desorden, ordenado por su dueña.
 Suspira tratando de imaginar cómo puede ganar un lugar. El verano está a la vuelta de la esquina piensa y lo fresco, lo de todos los días debe estar a la vista y a la mano. Al sonar la alarma del reloj y eyectarse de la cama rumbo al baño, ya debe ver su posible vestuario. Es un juego que juega desde la adolescencia con suerte dispar. Porque a veces se queda sólo en buenas intenciones.
 Vienen a su cabeza las palabras que ante estas situaciones le repite su pareja. ¿Y por qué no regalas lo que no usas desde hace años? Esa sería una solución piensa. Pero… ¿quién quiere cometer el sacrilegio de desprenderse de la ropa que le recuerda hechos puntuales de su vida? Nadie. O casi nadie está dispuesto a sacrificar una prenda cargada de emociones. Es como pedirle a alguien que se ampute una mano...
 Y no, ese jeans no. Es de cuando te conocí. No, el chaleco de aguayo que me regalaste ese verano en 1995 en Cafayate, no. El pantalón con el que me recibí en la Facultad no lo puedo dar, no… El vestido rojo ajustado del casamiento de mi hermano tampoco, porque era de mi época de flaca…
 Y amo esta campera de lluvia; y esa de cuero que aunque ya no se usa, no… porque es de cuando fuimos al Uruguay la primera vez. Y así de pie pasa sus dedos por la ropa. Ésa que ocupa lugar, pero que tiene coartada para hacerlo.
 Entonces comienza a descolgarla y a colocarla en la cama. Y están, junto a al pulóver rojo, el vaquero azul claro de lycra de unos dos talles menos; el pulóver que hace juego con el pantalón azul y el vestido negro. El infaltable vestido negro de fiesta. Más allá, el chaleco de matelasé bordó sobresale debajo de un par de buzos de algodón. Y la camperita “fina” negra de otoño.
 Y los vuelve a observar. Mónica menea la cabeza porque sabe que debe arrojar algo de lastre para incorporar lo que compre en el verano. ¿Pero qué? Si todo tiene un recuerdo. Si todo la retrotrae a un pasado vivido junto a esa segunda piel que es la ropa.

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