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POSTALES del SUR

Las series de TV y la realidad del Tío SAM

Las series de TV y la realidad del Tío SAM

Una buena parte de los americanos, los pobres sudacas y los espaldas mojadas de Centroamérica; esos del gentilicio escrito con minúsculas no como sus primos del Norte: los Americanos, consume a diario series “enlatadas” que provienen de la TV Americana. A cualquier hora usted se puede topar, sin previo aviso, con doctores que sufren –de mal de amores- al lado de sus pacientes, generalmente negros y sin seguro de salud. O con psíquicos, que abundan como los obesos en la tierra del Tío Sam, y que llegan a la escena del crimen o del secuestro y comienzan a experimentar visiones. Y el caso se cierra en 30 minutos, como la serie en cuestión. Están las “comedias”, con sus patéticas risas grabadas y las que muestran el accionar de los cuerpos de élite de la policía. Unidades especiales que combaten al delito con la precisión de un reloj suizo. Gente altruista e ilustrada que gana las calles en busca de narcos de apellido “Fuentes” (Fffuuentes, se pronuncia) o de un sedán negro con placas de San Francisco.

En las oficinas quedan para brindar su apoyo: psíquicos, psiquiatras, anátomo-patólogos, avezados forenses, genetistas, ingenieros en sistemas que ya pincharon los teléfonos del sospechoso y de su familia, expertos en computación que rastrearon un pago con tarjeta de crédito efectuado hace un par de años en la compra de un ramo de rosas amarillas -procedentes de Colombia- destinado a un transexual caucásico, mayor de edad e ilustrado y de talla media y un grupo de sociólogos prestos a justificar la conducta de ellos y de última la de algún reo. “Léele sus derechos Joe” pronuncia inflexible el teniente a un subalterno.

Y al americano que presencia capítulo a capítulo imágenes de una sociedad tan justa no le queda otra que pensar, atornillado a su sillón, “si yo fuera Americano… y viviese en Atlanta, Georgia estaría como psíquico del FBI” y no aquí viviendo la incertidumbre de la inflación y la inseguridad entre gente indigente, fea, sucia y mala.

Pero esta imagen forma parte de un realismo mágico que sólo ocurre en el interior de los sets de la TV. En la vida real hace unos días el presidente George W. Bush vetó la Ley contra la Tortura que había sido sancionada por ambas Cámaras del Congreso en Washington por considerar que dificultaría la lucha de la CIA que lleva a cabo contra “los terroristas endurecidos”.

“La ley excluiría todos los métodos alternativos que hemos desarrollado en la lucha contra los terroristas más peligrosos y violentos del mundo”, afirmó el 8 de marzo pasado Bush en su programa radial, que no dudo se transmitió fuera del horario de protección a los niños, de los días sábado.

Le propongo un ejercicio: cierre los ojos e imagínese por un rato en tierra de Americanos. Está en una desierta calle de Nueva York, no l e canta Liza Minnelli, está empapado por transpiración y ya lleva unos 20 minutos corriendosin parar. Huye de los pandilleros; la Policía ya lo confundió con el narco Fuentes; no tiene dólares, más sí unos billetes de dos pesos argentinos arrugados como pasas de higo en sus bolsillos. Y se acaba de orinar encima... Las sirenas de las patrullas lo atormentan. Unos negros en celo, también. Un par de cuadras antes perdió un zapato y se le cayó el casco de la moto que llevaba en el codo izquierdo, al tropezar con una toma de agua.

Y sabe que si lo sorprenden con ese español que habla, en realidad usted parlotea en cagastellano como el hijo del narco La Rata Envenenada de Cancún, no le va entender el agente de la DEA al interrogarlo y la tortura será inevitable. Ahora lentamente abra los ojos. Respire y exale…. Mire a su alrededor y dé gracias a Dios de ser un pobre americano. Más calmado, cerciórese que no se meó en sus pantalones. Luego busque el control remoto y encienda la TV. Y a disfrutar de las series. ¡Aleluya hermano!


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