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POSTALES del SUR

EL IRRACiONAL MiEDO QUE DA ViSiTAR AL DENTiSTA...

EL IRRACiONAL MiEDO QUE DA ViSiTAR AL DENTiSTA... Desde que el mundo es mundo sentimos miedo. Irracional, la mayoría de las veces. Los prehistóricos a los animales y a los deshielos. A las plagas, las guerras y las enfermedades los contemporáneos. Ese miedo nos asaltó, por primera vez, viendo una película de monstruos o vampiros en la niñez que no nos dejó dormir. Buscamos a Drácula bajo de la cama. Y no estaba, pero... terminamos durmiendo acurrucados con nuestros padres. Pero el miedo en el mundo real, estoy seguro que a usted le pasó lo mismo, lo experimientamos cuando nos llevaron por primera vez al dentista.
Se había caído un diente de leche y el mítico "Ratón Pérez", un financista infanto-juvenil nos había dejado algo a cambio de la muela. Sentados. Blancos como un papel, con taquicardia y la esperanza de que ese día no atienda aguardamos el turno. De tanto en tanto nos sobresaltaba un ruido agudo. Sfisssss, sfissss, sfisssssss. "Es el torno" fue la explicación. No hacía presagiar nada bueno. Lo que quedó corroborado al ver despedirse al paciente: "agdióg dogtog" con la mitad de la cara insensible.
Lo preparan diciéndole "los hombres no lloran" y en un santiamén ya está sentado en el sillón. En realidad le parece la silla eléctrica. Lo ilumina una potente luz la cara, una voz le pide "abra grande la boca". Sus manos se prenden como garrapatas al sillón. El tiempo pasó y el miedo ya se convirtió en fobia.
Hoy, a pesar del aire acondicionado transpira como testigo falso. "Plinc, plinc" es el sonido que escucha cuando el odontólogo recorre su dentadura buscando una carie. Y le habla para calmarlo. Pero, no entiende el idioma. Tiene miedo, mucho miedo. Atormentado ve cargar una inyección. La ansiedad lo devora. Horrorizado y angustiado balbucea incoherencias. Hay un movimiento. Cruje algo dentro suyo. Y la mano le muestra el premolar en la pinza. Y ya está.
Deje de fruncir el culo. Salude y a la calle.

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